sábado, 3 de febrero de 2024

El palomar de Mellanzos, por Carlos Tejerina

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Foto de Levic Campos

El palomar de Mellanzos

Siempre está!... Permanece mirando al camino desde su erial, sin revuelo de palomas, carente de su arrullo en los "niales", todavía en ellos alguna pluma que nos acerca el recuerdo del "calor hogareño" que abrigaba a los pichones. ... Todo eso le falta.
Hasta sus dueños se han ido. Con el deseo de mantenerlo acompañado de vida, volvieron en su día a protegerle con la tradicional y humilde cal y le llenaron de palomas que volvieron a alegrar el paisaje con sus arrullos y el arabesco de sus vuelos.
Todo quedó en una ilusión. El necio afán de aniquilar porque si de las escopetas arruinó el último intento de esquivar el declive del palomar. Las armas nunca fueron compatibles con la cultura.
Solo le queda el estoicismo más descarnado que mantiene orgulloso en una aplicable lección de resistencia. ¡Aquí estoy! Parece advertir con alegría al caminante, que, tras una mirada indiferente, le deja de nuevo en su soledad.
En sus buenos tiempos significó un lugar importante para una directa relación del campesino con la naturaleza. Ahora, si no se le ocurre a nadie convertirle en una ruina llevándose sus tejas, con su presencia seguirá hablándonos de la historia de la tierra; esa que paulatinamente se va hacia la tumba del olvido.
Algún día, quizá, alguien, sacudiéndose la vida urbana, se acerque al palomar a interesarse por aquella forma de vivir que ha quedado perdida en la niebla del tiempo.
Mientras eso ocurra, o no, seguiré desde el camino dedicándole una sonrisa de agradecimiento por su presencia.
(Carlos Tejerina)
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