viernes, 4 de marzo de 2022

EL FAEDO DE CIÑERA Y LAS HISTORIAS de la puta mina DEL ABUELO

 

EL FAEDO DE CIÑERA

Y LAS HISTORIAS de la puta mina DEL ABUELO

 



La pradera de La Xana,

el Arroyo de Villar,

la bocamina de Ciñera

y la locomotora de vapor que "pillaba en marcha" el abuelo...

 

 











- La pradera de La Xana es una suave alfombra de hojas muertas y de musgo donde duermen las xanas del Faedo.



 - Este invierno de inusual sequía deja el arroyuelo del Villar con una escasa agua, saltarina y pura, que baja chorreando por entre las peñas y los troncos retorcidos de las hayas.

- La garganta se estrecha y allí se ve la bocamina de la ahora abandonada explotación de Ciñera, donde trabajó duro el abuelo en los años difíciles de la postguerra española.

 

(De un recorrido por el "Faedo de Ciñera"

en una preciosa jornada de este invierno, casi cálida primavera).

 

 ***


El abuelo nos contaba historias increíbles, pero ciertas.

Le tocaba acudir a la mina en bicicleta, y siempre subiendo.

Él vivía en La Seca, aguas abajo del río Bernesga. Aún no amanecido, tomaba el sendero que iba paralelo a las vías del tren, que ahorraba algunos metros en aquel duro recorrido.

No sólo por eso. Sobre todo por aprovechar las ocasiones de coger los trenes, casi siempre a escondidas, como un verdadero polizón, para ahorrarse las fuerzas para la mina. Unas veces en la misma estación de La Seca (que comenzó siendo llamada Cuadros), cuando coincidía con una parada de cualquier tren de mercancías, arrastrado por las humeantes locomotoras de vapor. Debía hacerlo evitando ser visto por los mozos de estación, el guardagujas o los factores y el jefe de estación.

Montaba primero, de un empujón, la bicicleta; y luego daba un brinco para subirse en los estribos de los vagones (casi siempre los traseros, y los más escondidos), para reservar sus fuerzas - ¡que falta le hacía! - para la jornada de duro trabajo en la mina de Ciñera.

Otras veces, sus tiempos - sin relojes - no coincidían con los pasos de los trenes, y abuelo proseguía su pedalear más allá de la estación de La Seca. Más de una vez su proseguir en bicicleta llegaba hasta la meta, cuando el sendero y la vía férrea alcanzaban el pueblo de Ciñera.

Algunas veces se le presentaba otra oportunidad de asalto al tren, que no dudaba en aprovechar. Había un tramo de pendiente (lógicamente de subida, cuando iba hacia Ciñera) antes de llegar a La Robla. El abuelo siempre llevaba en su fardela una buen trozo de sebo o de manteca. Si tenía la suerte de que silbara un nuevo tren, echaba pie a tierra de su bici y embadurnaba una buen tramo de los raíles de la vía. Se escondía entre los matorrales, y esperaba la llegada del tren, que venía echando humo y tosiendo por si fuera un silicoso de las minas.

Cuando el tren alcanzaba el lugar donde estaba el abuelo, la máquina de vapor tosía con más ronco ímpetu, y sus ruedas empezaban a patinar en los raíles sebosos y deslizantes. Este era el momento propicio, y el abuelo emburriaba primero la bicicleta y luego saltaba él al vagón, y se escondía....

Al llegar a Ciñera, casi siempre había parada fija. Y de no haberla, siempre la hacía el conductor de la máquina, danto un silbido penetrante, y mirando de reojo hacia los vagones de cola, donde iba apostado el abuelo. El maquinista era claramente un cómplice; aunque procuraba que nadie se diera cuenta de ello. ¡Bendito cómplice!

 (agf, de "Historias de un monaguillo", inédito)

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