EL FAEDO DE CIÑERA
Y LAS HISTORIAS de la puta mina DEL ABUELO
el Arroyo de Villar,
la bocamina de Ciñera
y la locomotora de vapor que "pillaba en
marcha" el abuelo...
- La pradera de La Xana es una suave alfombra de hojas muertas y de musgo donde duermen las xanas del Faedo.
- La garganta se estrecha y allí se ve
la bocamina de la ahora abandonada explotación de Ciñera, donde trabajó duro el
abuelo en los años difíciles de la postguerra española.
(De un recorrido por el "Faedo de Ciñera"
en una preciosa jornada de este invierno, casi cálida
primavera).
El abuelo nos contaba historias increíbles, pero ciertas.
Le tocaba acudir a la mina en bicicleta,
y siempre subiendo.
Él vivía en La Seca, aguas abajo del río
Bernesga. Aún no amanecido, tomaba el sendero que iba paralelo a las vías del
tren, que ahorraba algunos metros en aquel duro recorrido.
No sólo por eso. Sobre todo por
aprovechar las ocasiones de coger los trenes, casi siempre a escondidas, como
un verdadero polizón, para ahorrarse las fuerzas para la mina. Unas veces en la
misma estación de La Seca (que comenzó siendo llamada Cuadros), cuando
coincidía con una parada de cualquier tren de mercancías, arrastrado por las
humeantes locomotoras de vapor. Debía hacerlo evitando ser visto por los mozos
de estación, el guardagujas o los factores y el jefe de estación.
Montaba primero, de un empujón, la
bicicleta; y luego daba un brinco para subirse en los estribos de los vagones
(casi siempre los traseros, y los más escondidos), para reservar sus fuerzas -
¡que falta le hacía! - para la jornada de duro trabajo en la mina de Ciñera.
Otras veces, sus tiempos - sin relojes -
no coincidían con los pasos de los trenes, y abuelo proseguía su pedalear más
allá de la estación de La Seca. Más de una vez su proseguir en bicicleta
llegaba hasta la meta, cuando el sendero y la vía férrea alcanzaban el pueblo
de Ciñera.
Algunas veces se le presentaba otra
oportunidad de asalto al tren, que no dudaba en aprovechar. Había un tramo de
pendiente (lógicamente de subida, cuando iba hacia Ciñera) antes de llegar a La
Robla. El abuelo siempre llevaba en su fardela una buen trozo de sebo o de
manteca. Si tenía la suerte de que silbara un nuevo tren, echaba pie a tierra
de su bici y embadurnaba una buen tramo de los raíles de la vía. Se escondía
entre los matorrales, y esperaba la llegada del tren, que venía echando humo y
tosiendo por si fuera un silicoso de las minas.
Cuando el tren alcanzaba el lugar donde
estaba el abuelo, la máquina de vapor tosía con más ronco ímpetu, y sus ruedas
empezaban a patinar en los raíles sebosos y deslizantes. Este era el momento
propicio, y el abuelo emburriaba primero la bicicleta y luego saltaba él al
vagón, y se escondía....
Al llegar a Ciñera, casi siempre había
parada fija. Y de no haberla, siempre la hacía el conductor de la máquina,
danto un silbido penetrante, y mirando de reojo hacia los vagones de cola,
donde iba apostado el abuelo. El maquinista era claramente un cómplice; aunque
procuraba que nadie se diera cuenta de ello. ¡Bendito cómplice!
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