nada era feo en la niñez



EL CURA DON IGNACIO Y EL MONAGUILLO CAMPANERO
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EL CURA DON IGNACIO Y EL MONAGUILLO CAMPANERO
Hoy mis recuerdos de niño han "puesto en movimiento" esta preciosa imagen del cura párroco de mi infancia y primera adolescencia, Don Ignacio LLamas.
Fue párroco de La Seca desde los años 20 hasta los finales 60, y titular de la Parroquia de Santo Martino, que perteneció a la Diócesis de Oviedo desde su fundación en el año 906, como templo de una abadía secular, no monástica (como se cita en documentos desde el siglo XIV hasta el sglo XVIII, según menciones del catastro del Marqués de la Ensenada que habla del párroco Don Gregorio Ruano, "cobrador de los diezmos par la abadía"), hasta el año 1955, cuando desde El Vaticano la hizo depender de la Diócesis de León.
En el año 1928 se hizo la campana GRANDE (de las dos que tuvo el templo), dedicada a "JESÚS, MARÍA Y JOSÉ", y firmada por el artífice campanero llamado QUINTANA, según rezan las letras perennes en su bronce, "siendo párroco Don Ignacio LLamas": así se chiva la campana.
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Mis recuerdos ahora, tan lejanos; pero vivos... me traen a Don Ignacio abriendo la puerta de la casa de mis abuelos y mis padres, para espabilarme con el encargo del primer toque de misa de los domingos. Siempre acudía Catalina, mi abuela, para reñirle: "Jesús, Jesús, señor cura... no ponga al rapacín en esos peligros; que la escalera del campanario está muy peligrosa. Que toque el sacristán."... 
- "Pero el sacristán, que es tu consuegro Generoso, ya sabes que siempre llega tarde, mal y nunca.- decía Don Ignacio - y también sabes de sobra que me gustan más las alas de este ángel, tu nieto, que he cogido de monaguillo... "
Y allí salía el mocoso, revoloteando como un ángel; y en un pis pas, repicaba la campana grande una canción de alborada y de invitación al rezo de la misa.
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El cura Don Ignacio tenía su casa rectoral en la calle de La Milana, cabe del puente sobre el río (el Bernesga). El pontón era más peligroso aún que la escalera del campanario, ya que estaba, con su camino de maderos y tapines, lleno de agujeros, por los que se llegaban a ver las truchas y los barbos en la corriente cristalina del río.
Antes de llegar al río, a la izquierda, tenia el cura su huerto y huerta. Esta última era una peligrosa tentación para los guajes, pues allí había varios árboles frutales, de pecados tentadores: peral, cerezo, guindal, manzano. ¡Cuántos pecados confesé yo, en el secreto del confesionario, por comer a destiempo y sin permiso, los frutos prohibidos de aquel paraíso rectoral! Y otras tantas penitencias, benignas, de Don Ignacio, que añadía siempre a su "Ego te absolvo": ... "y si el diablo de tienta otra vez, antes de entrar en la huerta de hurtadillas, tú me pides la llave... y ya está". Él sabía, - lo mismo que su ama, Cristina - que volvería a pecar.
Don Ignacio tenía en su mente, aunque nunca se apuró para decírmelo, que aquel mocoso monaguillo tenía que ir un día al seminario; para aprender a ponerse alas de ángel a sí mismo y a los demás... Lo tenía bien hablado con las fuerzas vivas de mi casa y de mi entorno: mi abuelo, mi mamá (a mi abuela no hacía falta convencerla, pues era la más soñadoras de este sueño...); también con mi abuelo Generoso, el sacristán, que me quería quitar de la cabeza aquellos pensamientos; y sobre todo con Don Jeremías, el maestro, con el confabulaba sus planes para que yo dejara el colegio del pueblo y marchara a hacer ingreso al Seminario de Santibañez de Porma...
Los sueños de Don Ignacio no se cumplieron. Pero las buenas semillas que sembraron las fuerzas vivas de mi entorno han dado otros frutos tan buenos, o mejores, no sé muy bien...
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Hoy, al poner en movimiento la cara de Don Ignacio, he vuelto a entrar a hurtadillas en aquel paraíso de mi infancia. Y doy gracias a todos los que fueron mis raíces. Y mis ramas...

 CONFIESO que en mi infancia fui feliz.
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inocencia:

porque es tan fea la madura realidad,
por eso recuerdo.
nada era feo en la niñez.

© agf

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