aceSaL

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Lo que está innombrado es como que no existiera.
"Y Dios trajo ante el hombre todos los animales del campo y las aves del cielo que formó de la tierra, para que el nombre de todos fuese el que él les diera..."
(Genesis 2, 19)


Nominar es llamar por su nombre, como una parte esencial de la creación. Ahí está la divinidad del hombre; una invitación de dios a dar el nombre conveniente a una cosa, que antes, al no estar nominada, no tenía.
El nombre es el resultado del conocer; del conocer por los sentidos, y reconocer lo que ya se sabía, pero que se tenía olvidado al tenerlo sin nombrar. Llamar por el nombre es evocar (hacer salir, - algo excitante : evocador -), provocar; hacer nacer, hacer que exista, sacándolo de la nada sin nombre.


Vivía yo, de niño, en aquel paraíso donde me nacieron mis padres; y a mis padres sus padres... y a sus padres sus padres, hasta una eternidad de tiempos incontables, no necesarios de contar. Un paraíso creado en siete días, o en siete años, o en siete milenios, o en siete eternidades incontables. Mis padres eran los dioses creadores de todo mi mundo de cosas, sitios, animales, sentimientos. Cielos y tierra sin nombre para mi. Pero ellos me enseñaron los nombres convenientes de todo lo que nos rodeaba. Y hasta de lo que no nos rodeaba, como las estrellas, incontables e innominadas. Yo tenía siete años contados.
Voy a reconocer algunos nombres de aquel paraíso en mi niñez: aceSaL.

"Achusmar": yo me asomaba a todo lo que me rodeaba, sin ser visto.
"Acochar": yo me adormecía en los brazos de mi madre, o en regazo de la abuela. Y cuando racaneaba para irme a acostar me gritaba el abuelo: "¡a cochar!"
"Alipende": yo era un niño bueno, pero trasto. Solía hacer "altares", travesuras inocentes.
"Cazolero": acostumbraba a meterme en todo, sin estar invitado. Lo que se dice un "gocito", un poco "meticón"...
"Jijas": era yo enclenque, de pocas fuerzas; un "rumiajo" al que se le veían las "chichas" (carnes escasas). También "arniajo".
"Jostrazo": por mis travesuras ("altares"), solía tener a menudo caídas a lo largo, y acababa "estingarrado".
"Lambrón": en el comer era goloso, y comilón; aunque decía la abuela: "no sé dónde lo metes".
"Moquero": en aquel paraíso no haba pañuelos de papel; eran de tela, para quitarse los mocos. Algunas veces me los quitaba el abuelo de algún "soplamocos" merecido... O de un "mosquilón", que también solía.
"Parva": el día de mi cumpleaños invitaba a familiares y vecinos con una galleta o pasta y una copina de orujo, bien de mañana.
"Pingar": pingar era caer. Y podría pingar la grasa de los chorizos, el caldo de la cazuela, el agua del tejado; o el moco de mis narices.
"Reburdiar": la abuela murmuraba en voz baja, cuando quería decir algo, sin que se la entendiera.
"Zoquete": me gustaba mordisquear un trozo grande de pan; pero nunca que me lo llamaran. Siempre fui despierto.

Todos estos nombres, - todas las palabras, como estas,¡y muchas más! - fueron lo que crearon mi paraíso. Y ahora son mi "recreación". Lo que no tiene nombre es como si no existiera.

(entresacado, con mi recuerdo, del palabrero de AcesaL)

agf
(Nombrar es llamar por el nombre. Poner el nombre es cargar de amor, es dar a luz, es crear, es recrear...
 Y a mi los que más me quieren me llaman Fredito 

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