EL PRIMER BESO

Besar es tocar a alguien (o a algo), con los lábios juntos; separarlos un poco en la caricia; y hacer una leve aspiración, que puede llegar a ser sonora.

El beso es (puede ser) primero: contacto; luego caricia; después mimo y carantoña; y por fín besuqueo... Y un sin fín de círculos concéntricos, que nos devuelven al primer paso, para empezar de nuevo.

Pero el primer beso es otra cosa. Es algo que se se escapa de todos los cánones ortodoxos y de todas las definiciones. El primer beso no sigue los pasos establecidos, y se salta las normas. Puede prescindir del contacto físico y previo; puede escamotear la caricia y el gesto cariñoso; y puede no suspirar por la colección de besos cortos, que hasta resultan pesados e impertinentes. El primer beso, definitivamente, es otra cosa.

Mi primer beso, - ¡todavía lo recuerdo! - tuvo un prólogo de sonrisa inefable en las miradas; y un silencio. Ahora que lo pienso, estuvo harto de tacto previo. De contacto. Con los ojos inquietos y los lábios quedos. En espera. Juntos los lábios contra los lábios juntos, como en un espejo. Una leve aspiración me robó el borbotón caliente, como si fuera una burbuja. O fueron mis lábios juntos los que aspiraron, - o expiraron, no lo sé, - el hervor paralelo de otros lábios quietos. Mi primer beso se abrió en los lábios. Y se cerró en los lábios. Pero nació en los ojos, en la yema de los dedos, en la abobada sonrisa, y en el atrevimiento. Y murió en la punta de los dedos, detrás de un soplo leve y cariñoso, diciendo adiós, sin decir aún "te quiero", con la boca. O diciéndolo. O diciéndolo todo.

¡Todavía recuerdo mi primer beso!



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