encariñarse con lo viejo
Un amigo mio tiene un hijo. Este, de niño, estaba encariñado con un osito de peluche amarillo. Su padre me confesaba que a veces le preocupaba un poco esa afición casi obsesiva de su hijo. "No duerme, si le falta su osito - me decía - Y mira que está ya hecho un guiñapo; casi sin forma, el animalito; y muy descolorido, a fuerza de las lavaduras. Pero, no hay tu tía: Si no lleva su osito consigo a su cama, no pega ojo. Le hemos comprado dos muñecos nuevos; y le hemos propuesto que los cambie por el viejo, pero él se niega..."
Recuerdo que una vez, después de una larga temporada (de años, creo) sin vernos, nos encontramos, y me dijo: "Te acuerdas del osito de P.? Pues, sigue llevándoselo a la cama. El muñeco está sin ojos, sin orejas.Tiene las patas rotas, deshilachadas. Una le cuelga, saliendo casi de su media barriga. Pero él la lleva cada noche a su oreja, y escarba con esa patita el pabellón de los sueños. Entonces, y sólo entonces, el niño cae rendido"...
Algo parecido me está pasando a mi, que no soy tan niño. Los Reyes de este año me trajeron unas zapatillas de andar por casa: Nuevas, nuevecitas. Azules. Y todavía no las he estrenado. Y estamos a 28 de febrero. Tengo las viejas, - marrones -; que como decía mi abuela "ya han parido (han roto sus tripas) por un montón de sitios". Y bien que se merecen el retiro. Pero... son tan cómodas, tan calientes, tan cariñosas con mis pies desnudos... que me da una pena horrible desecharlas. Y hasta me vienen bien para salir a la puerta de la calle, cuando bajo a tirar la basura. Las azules están en el estante, en standby; en espera; preciosas, presumidas. Pero las estoy notando un poco celosillas...
Y ya me dijo mi hija: "Si el próximo día que vuelva a veros sigues con las zapatillas viejas, las cojo, y te las tiro". "Ni se te ocurrirá... - dije yo - Son viejas, pero se merecen un respeto... ".
Y ahí estamos, encariñados con lo viejo. ¿Será que me estoy volviendo idem?. ¿O será que me estoy volviendo niño?
Recuerdo que una vez, después de una larga temporada (de años, creo) sin vernos, nos encontramos, y me dijo: "Te acuerdas del osito de P.? Pues, sigue llevándoselo a la cama. El muñeco está sin ojos, sin orejas.Tiene las patas rotas, deshilachadas. Una le cuelga, saliendo casi de su media barriga. Pero él la lleva cada noche a su oreja, y escarba con esa patita el pabellón de los sueños. Entonces, y sólo entonces, el niño cae rendido"...
Algo parecido me está pasando a mi, que no soy tan niño. Los Reyes de este año me trajeron unas zapatillas de andar por casa: Nuevas, nuevecitas. Azules. Y todavía no las he estrenado. Y estamos a 28 de febrero. Tengo las viejas, - marrones -; que como decía mi abuela "ya han parido (han roto sus tripas) por un montón de sitios". Y bien que se merecen el retiro. Pero... son tan cómodas, tan calientes, tan cariñosas con mis pies desnudos... que me da una pena horrible desecharlas. Y hasta me vienen bien para salir a la puerta de la calle, cuando bajo a tirar la basura. Las azules están en el estante, en standby; en espera; preciosas, presumidas. Pero las estoy notando un poco celosillas...
Y ya me dijo mi hija: "Si el próximo día que vuelva a veros sigues con las zapatillas viejas, las cojo, y te las tiro". "Ni se te ocurrirá... - dije yo - Son viejas, pero se merecen un respeto... ".
Y ahí estamos, encariñados con lo viejo. ¿Será que me estoy volviendo idem?. ¿O será que me estoy volviendo niño?
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