La felicidad no existe...
Felicidad,
según el diccionario, es el "estado de ánimo del que disfruta de lo que
desea". Pero no es un estado en sí. Es
más bien una búsqueda. Nadie es feliz, plenamente feliz. Porque si lo fuera,
sería como vivir en un mundo sin horizonte. Y el horizonte es ese lugar al que no se llega nunca.
En el
afán de búsqueda, en el empeño de alcanzar lo que se desea, el hombre se adapta
a los momentos puntuales de satisfacción, de alegría, o de contento. Y entonces
“siente” la felicidad. Es decir: disfruta de lo que desea y persigue, aunque
sea sin alcanzarlo. Y eso, quizás, precisamente por ello.
La
felicidad se mordisquea cuando no “se tienen deudas con la vida”, en todos sus
tramos; y cuando, por ello, no se está a disgusto con cada una de las etapas.
El niño es más feliz, porque no piensa en ser mayor. Y si alguna vez lo
apetece, deja de disfrutar de su deseo más virgen. El joven, en una locura que
le curará la edad, suspira por ser maduro, sin darse cuenta que a la vuelta de
la esquina volverá a anhelar por ser siempre joven. Ser siempre joven es un
deseo impuro, y los mayores que lamentan no poder disfrutar de serlo se están
auto-castigando a una infelicidad segura.
El estado
de ánimo de la felicidad debe ser, pues, un camino, un sendero, que debemos
descubrir. Y una ventana abierta a la sorpresa. A cada sorpresa que nos
deparará la vida, en este recorrido de deseos que tenemos por delante. Y el
deseo de disfrutar nos irá haciendo superar las insatisfacciones, las penas y
los descontentos.
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