el romance de FuenteRey



ROMANCE DE FUENTERREY

Hace un cuarto de siglo que un labriego de Sahelices me recitó los pocos versos que recordaba de un romance. A aquel buen hombre ya le había llegado el romance truncado y lo que él me pudo transmitir fueron apenas unos jirones:
 "Antes de ir por Fuenterrey,
 agora bebas, viajero,
 que el agua tórnase sangre
 en Sahelices del Payuelo ..."

Aquí le fallaba la memoria y el romance daba un brusco salto hacia la parte final de la historia:
 "...Tanto manaba la fuente
 tanto la ferida al pecho.
 Sangre lavaba la afrenta
 del que fue mal caballero..."

Le ayudé a rastrear su memoria en busca de algún otro verso, le recité romances de sangre, romances de caballeros traidores, de batallas y de sed; y hasta le provoqué con la duda de si nuestros antepasados habrían sido unos sanguinarios. Todo inútil.
 -Si m'acordara de la historia, m'acordaría tamién de los versos, ya lo creo.

Ningún otro logré arrancar de su memoria hasta que al verano siguiente, me saludó gozoso con otras dos parejas de versos no contiguas. La primera parecía la negativa de alguna doncella enamorada -o de alguna dama ya casada- al requiebro amoroso de un extraño:
 "...Mis favores no tendrás
 que yo mis amores tengo..."

Los otros versos, la conclusión trágica de aquella situación:
 "... y a la infelice tomaba
 por la fuerza el escudero..."

-Anque mir'usté lo que le digo, que no'stoy yo mu seguro de qu'esos versos sean del mesmo romance o d'otros que la mi agüela sabía.
 Sin embargo, la presencia en ellos de la misma rima en "é-o" - escasísima en nuestro Romancero- y la historia que se ha logrado reconstruir con retazos cogidos aquí y allá parecen confirmar que estos versos, los 12, es lo único que hoy nos queda del... 


la fuente, a punto de desaparecer


 
ROMANCE DE FUENTERREY
 ******************
 -Y ¿cómo nombran los villanos de Sahelices a esta fuente, buen Almagro? -inquirió el rey Pedro I. 
-Fuenterrey le dicen, mi señor, desque vuestro padre Alfonso saciara su sed en ella al regresar de una cacería en los Montes del Payuelo -explicó Rodrigo Almagro.
 -¡Válame Dios, que me place ese nombre para unas aguas tan sanas! Y como el nombre me place, ruégote que la vida perdones al primer villano de Sahelices a quien en justicia se la debieras tomar.
 -Así lo haré, mi señor -prometió el conde del Payuelo, aunque poco se imaginaba que antes de 48 horas tendría que dar cumplimiento a su promesa.
 -Haced venir a mi escudero -pidió el rey, satisfecho por el sabor y la calidad del agua de Fuenterey.
 Pero nadie encontró al hidalgo Salcedo por parte alguna.
 -Se estará procurando amores con alguna campesina -bromeó uno de los palafreneros del rey y el resto de la comitiva festejó la chanza entre risas porque Salcedo tenía ganada fama de mujeriego. 
 -Pues por andar buscando amores cuando su rey lo necesita, Salcedo se llegará a esta fuente a llenar las botijas reales dos veces en el día en los días que estemos por estas tierras. Que así se cumpla.
 En aquel atardecer de primavera, el escudero Salcedo estaba efectivamente en las afueras de la villa de Sahelices haciendo promesas imposibles a una pastora no tan ingenua como otras mujeres que habían caído en las tramas amorosas por él urdidas.
 -Si usté fuera un caballero, que no lo es, s'iría por do ha venido y no s'acercaría más a las personas de bien. ¡Quieto, Gavilán! Qu'este señor ya se va. Y dé usté gracias que no le azuce a gavilán a las patas del su caballo; que a otros más fuertes derribó.
 Sin necesidad de ladrar, Gavilán imponía respeto con su sola mirada. Mientras gavilán vigilara, Alba la pastora y su puñado de ovejas podían sentirse a salvo de lobos y también de aquellas aves rapaces de honras ajenas. Salcedo así lo comprendió y descargó su enojo clavando innecesariamente las espuelas al indefenso caballo.
 No era Salcedo el primer hombre espoleado por la belleza de la pastora Alba. A otros hombres había tenido que tirar ella de las bridas antes y también después de casarse con el hombre que ella había elegido: el zapatero de cuerpo tullido y alma entera, aquel hombre que siempre sabía encontrar el adorno adecuado a los incidentes de la vida como sabía encontrar el lazo apropiado para el zapato desgastado.
 En condiciones normales, Alba contaría a su marido el encuentro con aquel personaje con ínfulas de caballero y el zapatero se reiría. Pero Alba decidió que esta vez se callaría porque creyó ver que una decisión siniestra oscureció el rostro de aquel personaje siniestro al marcharse. No preocuparía a su marido con el incidente: estaría vigilante ella misma y haría que su perro " el Gavilán" vigilase.
 Sin embargo, los temores de la pastora Alba no habían tenido confirmación cuando ya el día siguiente estaba agotado: a una mañana soleada había seguido una tarde calurosa y solamente ahora que el sol envejecía, unas nubes negras nacían por el solano.
 -Nos vamos, gavilán. Recoge las ovejas qu'está viniendo la tormenta.
 Gavilán desapareció entre el matorral de la loma para ir en busca de una oveja alejada, aunque debió de entretenerse persiguiendo a algún conejo ya que la oveja seguía allá y gavilán no aparecía. Alba la pastora se acercó a inspeccionar el matorral, pero allí no estaba gavilán sino un siniestro personaje.
 También las ovejas habían visto que se acercaba la tormenta y, por su cuenta, iniciaron el regreso a la aldea. Alba la pastora regresó algo más tarde. Llegaba chorreante de sangre, de lágrimas y del agua que había empezado a derramarse sobre Sahelices. Se derrumbó en el umbral de su casa y empleó sus últimas fuerzas en relatar a su marido y a las vecinas el atropello que había sufrido.
 -La honra no perdiste, zapatero, que tu mujer la defendió con bravura. Pero tengo pa mí que vas a perder a tu mujer -susurró al desdichado zapatero una de las improvisadas enfermeras.
 Mientras tanto, gavilán seguía sin aparecer y Sahelices atareado: las mujeres curaban el cuerpo de Alba, los hombres el alma del zapatero, y todos refrenaban la rabia. Desgraciadamente los temores de la vecina se confirmaron: Alba se agotó con la venida del alba. Para entonces todos los hombres de Sahelices conocían dos detalles en contra de los intereses del escudero Salcedo: conocían la promesa que el conde Almagro había hecho al rey Pedro y conocían también que Salcedo tendría que buscar agua en Fuenterey dos veces al día. Con la llegada del sol, conocieron también que gavilán yacía muerto en un sardonal del camino de Mansilla con un dardo envenenado atravesado en la garganta.
 Y Sahelices dictó sentencia: habría sangre en Fuenterrey.
 Dada la invalidez del zapatero, fueron varios los hombres que se ofrecieron para ejecutar la sentencia. Al final, un primo de Alba impuso su criterio rehusando la ayuda de los demás:
 -No es de hombres que más de un villano mate a un aprendiz de caballero. Sólo si yo muero m'ayudaréis.
 Ojos de saheliceños desde dentro y desde fuera de la comitiva del rey tuvieron aquel día en su punto de mira a Salcedo. Los que estaban fuera supieron pronto que una daga villana había sido más poderosa que la ballesta y la lanza del escudero. Los que servían al rey Pedro dentro respiraron aliviados cuando éste tuvo sed y aún no había llegado el agua de Fuenterrey.
 El agua de Fuenterrey seguía sin llegar cuando se agotó el día. Y con el día, se le agotó la sangre a Salcedo. Nadie había visto nunca un cadáver tan blanquecino. Sería la pálida luz del atardecer. O sería que a Fuenterey le había gustado pintar las yerbas del vallejo con la sangre del escudero que flotaba en sus aguas.
FIN 
(recogido por Leoncio Riol, de Los Payuelos)
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Vestigios de la actual fuente de FuenteRey

 
ROMANCE DE FUENTERREY

Estaba el buen Rey cazando
en las tierras del Payuelo,
y le dio la sed al Rey,
rodeado de caballeros.

Le presentó Don Almagro
un "pajoso" con refresco,
y sació la sed el Rey,
Don Pedro, que fue el Primero. (1)

- "Válame Dios, buen vasallo,
que agua tan sana no bebo
ni en la corte del palacio,
ni en todos mis monasterios...

¿Cómo llaman los villanos
de Sahelices a la fuente y al reguero,
mi buen Rodrigo de Almagro,
de la cual el agua bebo?".

- "Fuenterrey, Señor. Y ello
porque Alfonso, vuestro padre,
ya sació su sed primero,
"desque", como Vos, cazara
en los cotos del Payuelo".

-"Dios Glorioso, yo dispongo,
en honor al Rey, mi padre,
y al buen nombre del reguero,
que se perdone la vida
a aquel villano primero
al que la Justicia tome
de muerte merecedero".

-"Se cumplirá lo dispueto,
buen Rey", - dijo el vasallo.
Pero Almagro, en tiempos aquellos,
ni pensar pudo que el sino se cumpliera,
tan rápido y tan certero.


Tenía el buen Rey Don Pedro
un lacayo pendenciero;
Salcedo llevaba de nombre,
y de apodo "mujeriego".

En todas las cacerías, Salcedo,
batía casas, portales,
cortijos, atrios, pajares...
y alcobas, con malos celos;

engañando a las pastoras,
y a las niñas candorosas,
que caían en sus tretas,
confiadas y querenciosas.

Poco trabajo tenía
el Salcedo mujeriego:
llenar dos veces al día
los botijos de agua clara, para el Rey;
y el resto: promesas, juegos,
engaños, hurtos de honras,
y amores fuera de ley,
sembrando desasosiegos.

Echóle la vista encima, Salcedo,
un mal día y agorero,
a una pastora casada
con Joaquín, el zapatero.
Alba tenía por nombre:
¡blanca y alba, blanca y bella,
más que del alba el lucero!

El sanguinario escudero
varios días la tentó, a la Alba bella.
Mas la defendió el buen perro,
que la pastora llamaba Gavilán;
de las ovejas fiel guardián,
y fiel guardia de su dueña
con sólo su mirar fiero.

Pero el taimado traidor
no se entregó al desespero.
Cambió de mañas un día,
y envenenó con dardos de cerbatana
al perro del zapatero,
al que abandonó bien muerto
en los altos sardonales
que bordean "carro Mansilla",
desde los altos Payuelos.

Y el malévolo Salcedo,
una  tarde calurosa
de  nubes muy tormentosas,
acosó  a Alba de nuevo…

¡Negra tarde, negras nubes;
cielo oscuro, cielo negro!
Alba se manchó de barro,
y de sus ojos azules
manaron  lágrimas de desepero.

Fuerte lucha en solitario,
sin perro que la defienda;
breve lucha  desigual
en defensa virginal,
porque su honra no ofenda.

Caro costó a la Alba bella
ser virgen del zapatero.
Llegó a casa intacta y pura,
mas llegó exhausta ella...
Que sólo dijo: "Te quiero...
- al marido - ... "y con locura".

La tarde negra cerró
la negrura de los cielos,
mientras la blancura de Alba
apagó sus ojos bellos.

Y las rabias de Sahelices
llenaron el pueblo entero,
anidando,  ay,  infelices
en pechos de caballeros.

Todos los villanos quieren
tomar justicia al inicuo escudero;
mas el primo hermano de Alba
pidió para sí el primero
gusto y derecho de hacerlo.

A la mañana siguiente
el Rey se quedó sin agua,
que sirviera el escudero...
Preguntó por la razón;
y su corte respondía:
-"Se secó de villanía,
Fuenterrey, oh buen Rey Pedro".

La comitiva real, muy de mañana,
había encontrado el blanquecino cadáver
del depravado escudero.
Y la fuente Fuenterrey
ya manó desde aquel día
sangre roja de Salcedo.

Buscó la justicia el Rey,
y tropezó con su bula:
"... que se perdone la vida
de aquel villano primero
al que la Justicia tome
de muerte merecedero"...

- recordó lo prometido.
Y entre lágrimas, el pueblo
aplaudió que el Rey querido
fuera buen juez justiciero...

Así cuenta la leyenda
de estas tierras del Payuelo
cómo ajustició Sahelices
las ofensas infelices
de un ruin servidor del Rey.

Y cómo por real ley
se salvó de su castigo
el que ajustició a Salcedo...
Salcedo, falso enemigo.

Desde entonces, en la fuente
que se cita Fuente-Rey,
no busques agua, paisano...
Lo sabe toda la gente:

se te encharcará la mano
de sangre roja al instante.
No es ley escrita, y no obstante,
cumple mandato del Rey.

No está escrita esta leyenda;
mas toda la gente cuenta
para que todos lo entiendan,
que es la honra lo primero…
pasando todas  las cuentas
sobre el rey, y el caballero.


FIN
 

agf/15.01.2mil12)
(recompuesto modestamente)


(1): Pedro I de Castilla (Burgos, Castilla, 30 de agosto de 1334 – Montiel, Castilla, 23 de marzo de 1369), llamado el Cruel por sus detractores y el Justiciero por sus partidarios, fue rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte. 
Era hijo de Alfonso XI el Justiciero y de María de Portugal.
(En aquellos tiempos, estas tierras dependieron de la corona de Castilla, primero; y  y hasta entrado el siglo XX, formaron parte de la provincia de Valladolid...)

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