un cuento delicado

 


érase una vez un medio-día con trece horas y media.  a lo largo de los años el dueño de ese día se había ido ahorrando, minuto a minuto, (qué digo!!!: segundo a segundo...) esos tiempos de sobra que no se usan para nada. por ejemplo: cuando uno estornuda al levantarse, cuando se mira uno en el espejo y se encuentra guapo,  cuando se besa el culo de los vasos de la leche en el desayuno, cuando se habla del tiempo en el ascensor del centro del trabajo, cuando se perdona al peatón que cruza por donde no debe en la calle, cuando guardas el enfado contra el guardia que nunca está donde tiene que estar en el alocado tráfico, cuando tomas el café en el bar de maría y buscas el futuro que te espera en los posos de la taza, cuando paseas delante de la catedral y escuchas cómo rezan los grajos en los picachos altos esas letanías de "nevará nevará... quiá", cuando enciendes la tele y la apagas porque te encienden las noticias malas, cuando susurras te quiero casi en silencio porque sobran las palabras...
trece horas y media, tendrá un medio-día... - o treinta y dos horas,  digo -, tendrá algún día: para resarcirnos de los tres tercios de los días normales en los que gastamos ocho horas en dormir, que es estar muertos, o idos... ocho horas en trabajar, que es estar locos, - quiero decir idos -... y ocho horas en perder el tiempo para contar las horas idas............o muertas. 
si tú consigues un día con treinta y dos horas, dímelo. le diremos, entre los dos, a dúo, a dios: que se ha equivocado.

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