“El tiempo tiene orillas como todo río, créeme”
(Luis Artigue, Tierra nutricia, en “La noche del eclipse tú”)
“Érase una vez”.
¡No!: Nunca.
Porque nunca lo fue . Ni lo fuiste tú.
Ni yo lo fui.
El pretérito no existe. Más aún: no existe
el tiempo.
Como no existe un río cuando no tiene orillas.
“Es una vez”.
¡Quizás!: Tal vez.
¡Quizás!: Tal vez.
Como tales veces el agua viene y va, corriendo
entre lindes.
Me parece que corre todo a mis pies,
sintiéndome, Heráclito, asustado
ante lo incomprensible.
“Será una vez”.
¡Sí!: Siempre.
Siempre jamás, amén.
Pero la eternidad es falsa,
porque empieza en un punto…
suspensivo.
Es engañosa, como todo lo que tiene principio.
Pues principia
a amiedarme lo que dirán de mi
cuando yo me haya ido.
Nada en el pasado.
En el presente, duda.
Y miedo en el futuro.
No creo. No cabe en mi la fe.
Sólo soy - ¿lo soy? –
una niebla escasa,
o, ¡peor aún! , estéril nube.
A.G.F. /24.04.2mil11

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