VISPERAS EN SANTA MARÍA LA REAL DE GRADEFES

Sábado, 28 de Junio de 2008.
En León hace un calor de mil pares de narices. Y un ajetreo festivo que aumenta la sensación de agobio.

Planeamos una escapada al pueblo. A los pueblos del Esla. Con el calor agradecido de los amigos, que son como un abanico. Pasamos por la casa del pueblo. Por ver las flores del jardín, recien plantadas. Y por refrescar el cesped con unas efímeras gotas de agua ante el calor que se aproxima. Comemos en Villahibiera. En el Restaurante Anoma nos "echan de comer"; y cada uno pone su límite, ajustado a sus gustos. Todo casero y sabroso. Y el trato amable y familiar. El café, hoy lo perdonamos. A cambio de unos helados artesanos en LÒasis, esa terraza en el huerto de manzanos de Sahechores, un poco más arriba.


Mientras Elena "se tira de los pelos" en la Peluquería de Carmen, invito a mis amigos a "Vísperas", en el Monasterio de Santa María la Real de Gradefes. La iglesia y el claustro es otro mundo. De silencio, de tranquilidad, de paz, de sosiego. Y de frescor. Casi hace frío. Cuqui roba el silencio a la hermana que nos abre la puerta. Y charlan con ganas. A cambio del sosiego de la sala capitular, el paseo por los anchos pasillos, la quietud del huerto de plantas medicinales , y la paz del patio con cipreses, azahar, margaritas, rosales y azucenas... y cruces pequeñitas en la esquina del sur, que es cementerio de las monjas.

Nos despedimos de la hermana, hoy parlanchina por un rato. Y de San Bernardo, que está reluciente y blanco como un niño de primera comunión, en el rincón del claustro, al lado de la puerta. De nuevo en la iglesia, paseamos por la girola, contando las vírgenes (de dos en dos), los ventanales (de tres en tres), los sepulcros de abadesas y bienhechores (de cuatro en cuatro); y las marcas de cantero... a decenas, a cientos.


Y salimos al sol, radiante y abrasador. Que se lo digan a las cigüeñas, firmes como ujieres en los tejados, culo al sol y con los picos entreabiertos, jadeando... Hay casi tantas como monjas. Dentro, son ventiuna. Las hermanas. Fuera, contamos dieciocho, quietas. Y alguna más volando.

Recogemos a Elena, cuento a los amigos la historia del Puente Blanco, y nos atrevemos a entrar de nuevo en Villahibiera para ver la iglesia de Santo Tirso, torpemente restaurada. El sol abrasa. Y decidimos regresar a casa.


Nos queda el recuerdo cariñoso. Ahí va, amigos:




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