Recupero una entrada en mi blog, del 25 de Diciembre de 2017
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Mi abuela nunca supo quien fue Ramón Gómez de la Serna. Ni conoció su hermoso invento literario, que fueron las greguerías. Pero sabía hacerlas.
Un día, mirando desde el corral de la casa hacia la torre de la iglesia, me dijo: "Escucha, niño, cómo "crepitan" las cigüeñas".
Yo era tan niño que no supe, ni quise, corregirla. Luego, en la escuela, aprendí que el ruido tan especial que las zancudas hacen con sus picos se llama "crotoreo".
Más tarde he descubierto que mi abuela, sin saberlo quizás, estaba haciendo una hermosa "greguería". Estaba poniendo en su sencilla prosa una imagen o metáfora parcial y sorprendente de un aspecto de una realidad... ¡¡¡tan bella!!!
Un día, mirando desde el corral de la casa hacia la torre de la iglesia, me dijo: "Escucha, niño, cómo "crepitan" las cigüeñas".
Yo era tan niño que no supe, ni quise, corregirla. Luego, en la escuela, aprendí que el ruido tan especial que las zancudas hacen con sus picos se llama "crotoreo".
Más tarde he descubierto que mi abuela, sin saberlo quizás, estaba haciendo una hermosa "greguería". Estaba poniendo en su sencilla prosa una imagen o metáfora parcial y sorprendente de un aspecto de una realidad... ¡¡¡tan bella!!!
Y ahora reconozco que mi abuela era aún más sabia y más docta. Quizás sabía (seguro que de memoria) el romance procedente de Leiva (La Rioja), - uno más de los que traían y llevaban los peregrinos del Camino de Santiago -, conocido como el "Romance de la Virgen Peregrina". En una de sus estrofas dice, en dos versos:
"Sobre el viejo campanario
la cigüeña crepitaba"...
¡Cuántas veces, mirando, ensimismado, cómo se queman los palos en la chimenea, me trasporta al lado de mi abuela su crepitar, que suena al ruido especial de las cigüeñas!
¿No me crees?
¡Pruébalo, anda!
¿Es crepitar, o crotoreo?:
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Para Rafael Alberti
el "canto" de la cigüeña
bien puede ser una nana:
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Romance de la Virgen Peregrina
ResponderEliminarEntre viñas y trigales
Bajo el cielo de Rioja Alta
Una mujer con su niño
De la mano caminaba
Decía el niño a su madre:
¿Está lejos la posada?
Y la mujer respondía
Ya estamos cerca, hijo, anda.
Atardecía y las nubes
Oro y fuego, allá lejanas
Eran espléndida corte
De la tarde arrebolada
Era la villa de Leiva
Junto a su vieja calzada
Un castillo milenario
Contaba guerras y hazañas
Con su rostro algo tostado
Hecha anhelo la mirada
Con las conchas y sombrero
Zurrón y una calabaza
Iban la madre y el hijo
Por la calzada romana
En su torno iba cantando
El polvo de sus sandalias
De pronto, el peregrinito
Saltando sobre su vara
Interrumpió alegre: ¡ya!
Mira, madre, la posada.
Sobre la hermosa campiña
Como un azul de esperanza
Reposo de peregrinos
Se divisaba la casa
Era un cruce de caminos;
Una tejera quemaba
Su roja tierra y en frente
Envuelto en dulce nostalgia
Un coro de peregrinos
Contaba tiernas plegarias
Un crucero piedra viva
Sobre el suelo allí se alzaba
Y en sus brazos el afán
Del peregrino quedaba.
Abajo Leiva vivía
Su blanca paz mientras amplia
Sobre el viejo campanario
La cigüeña crepitaba.
La paz sea con vosotros
Dijo al llegar nuestra dama.
Y con vos y vuestro niño
Peregrina afortunada.
Pase usted, buena señora
Aunque llega en hora mala.
Suplicó la posadera
Llorando con gruesas lágrimas.
Dígame, buena mujer,
¿Qué le ocurre?. - La desgracia
con sus negras alas hoy
ha penetrado en mi casa.
Yo tenía un hijo hermoso
Como ese vuestro; y acaba
De morírseme, señora,
¡Hijito de mis entrañas!
El niño de la señora
Miró a su madre, y la gracia
De sus mejillas en flor
Se inundó también de lágrimas.
Pase y verá su cadáver
Dijo el ama infortunada
Allá sobre su camita
Entre blanquísimas sábanas
Con la sonrisa en los labios
Su carne de cera estaba.
¡Pobre niño!. Murmuró
La peregrina ante el ansia
De la madre que, en sollozos,
Sus anhelos desgranaba.
Hijo mío, qué tristeza,
Tu madre desconsolada,
Sin ti quedó en este mundo
Sin luz y sin esperanza.
A la Reina de los cielos
Te consagré una mañana
Y Ella aceptó el sacrificio
Hijito de mis entrañas.
En efecto, una mesita
Había junto a la cama;
Y en el centro un cuadro hermoso
De María Inmaculada
Unas flores y una luz
A la Virgen adornaban.
Dijo el niño peregrino
Al ama de la posada:
Y vos, ¿Amáis a la Virgen?
Mucho, y más quisiera amarla.
Entonces pedidle ahora
Que un milagro aquí os haga.
Niño gracioso, mirad
Estas flores y esta lámpara
Que no cesan de pedirlo
Y son símbolo de mi alma.
Pedid y recibiréis;
Llamad para que se os abra.
La posadera exclamó
Del niño ante las palabras:
¡Oh, qué hijo os dieron los cielos
Peregrina afortunada!.
Y la peregrina dijo:
Oh, sí; y con él la gracia
Hoy ha venido a inundarte
En las mieles de su calma.
Regocijaos, señora;
Vuestra caridad magnánima
Os ha traído el milagro.
Cuando a la Virgen rezabas,
O al cansado peregrino
Recogía vuestra casa
Ella presentaba a Dios
Vuestras obras y plegarias.
Siempre habéis sido piadosa
Caritativa y cristiana.
Ahora, bajo estos disfraces
De peregrina, la paga
Os traemos desde el cielo.
Buena señora, tomadla.
Decid a todos mis hijos
De Leiva, que en la calzada
Vestidos de peregrinos
La Virgen y el Niño estaban;
Que entre ellos quiero vivir
Siendo guión y esperanza
Sobre su vida, que corre
Como el peregrino pasa.
Buena mujer, recibid
De vuestro paso la gracia.
Vuestro hijo, resucitado,
Mirad, que os ríe y os llama.
Y el niño muerto, gritó:
Madre, madre, en la calzada
Una Virgen con su Niño
Pidiendo posada estaba.
La posadera lloró:
Hijito de mis entrañas.
Afuera los peregrinos
Pacíficos dialogaban,
Mientras el sol, entre nubes,
Se ocultaba en lontananza.