La inseparable sombra


Nada hay tan inseparable de mí como mi sombra.


El joven iba caminando por la calle, iluminada escasamente por las farolas aisladas y demasiado espaciadas del poblado, con una luz amarillenta encima de su nuca confundida entre los hombros. La sombra era al principio gorda y corta. Según se apartaba el muchacho de la luz macilenta, la nuca se separaba del asiento de los hombros y el cuello se estiraba como una goma elástica, mientras los brazos y las piernas hacían de remos y de anclas en el suelo grisáceo del asfalto casi deshecho. La mente del joven se volvió calenturienta; y se puso a perseguir su propia sombra como un loco. Aceleró sus pasos al pretenderlo. Pero la sombra se escapaba primero, cada vez un poco más larga, hacia la oscuridad general de la calleja. El chico se agachó, y descubrió que al hacerlo la sombra se retorcía contra él mismo, mermando la distancia. Eso le animó a intentar cogerla. ¡Coger su propia sombra! Parecía estar a punto de atraparla, cuando, suavemente, una luz amarilla apareció en el cénit de la calle, detrás de los aleros, y le dió en la frente. Y su sombra se fue quince o veinte metros atrás, resbalando por el suelo. Larga, muy larga. Lejos, muy lejos. Cruzando la calle polvorienta, las aceras rotas, las tapias de adobe y los saucos descuidados, cargados de uvas de perro. El hombre joven miró a la espalda de su nuca, mas sin dejar de caminar al frente. Con sumo cuidado de no tropezar en la luz, caerse, rodar por el suelo y desnucarse. Miró de reojo hacia su propia sombra, que venía detrás de él, engordando, engordando; y se acercaba a sus piernas, cada vez más corta. El muchacho se hizo el despistado y siguió caminando, tan erguido como cuando pasaba, deprisa, deprisa, delante del cementerio, para espantar el miedo. Incluso se puso a silbar, disimulando. Cuando la sombra estaba casi debajo de su espalda y de su trasero, redonda como una tortuga, el joven se detuvo. La sombra también lo hizo. El chico abrió sus piernas y se ayudó de las manos para intentar atrapar el reflejo oscuro de su cabeza, allá en el suelo. Hubo un instante de revuelo inefable. Todo estaba confuso. Fue como un big-bang de la realidad y el pensamiento. De lo oscuro y lo claro. De la luz y la sombra. Como nos imaginamos que fue el principio de los tiempos. Mas el hombre no tuvo éxito. Una vez más no tuvo éxito. Se puso tieso, resoplando, y siguió caminando lentamente. La sombra iba otra vez delante. Corta y gorda al principio, como recomponiendose también de la lucha. Larga y delgada después. Hasta perderse allá en el mar verde de los prados, oscuros y fríos, que dan al norte...


(Extracto de "Historias de un monaguillo"/ A.García)
                                            
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